viernes, 11 de diciembre de 2020

Tic—tac

Existe un intervalo de tiempo hecho a medida en el cual no sabes si las alas que van a crecer a tus espaldas serán las de un ángel o, por el contrario, las de un demonio. Se trata del momento justo en el que algo dentro de ti hace crack para que ya nada vuelva a ser lo mismo. Lo que tardas en tirar del lazo que acompaña al regalo para desenvolverlo. El caer silencioso de la primera lágrima. La mueca que precede a la sonrisa. El llanto del recién nacido tras las puertas del paritorio. Un abrir y cerrar de ojos. Un deja vù. La tecla del piano con la que el músico pone fin a la partitura. La pincelada final. El beso en el andén antes de que el tren anuncie el cierre de sus puertas. La última campanada. El último suspiro. Un adiós.

Se trata de un tiempo tan imparable que lo convierte en necesario.

En estos meses he aprendido que la vida de cada persona está formada por varios ciclos que se abren y cierran unos detrás de otros, todo ello a tiempo divino. Son las piezas de un engranaje que hace que todo siga girando, que todo permanezca en movimiento. Fluir le dicen; aunque reconozco que en esta parte todavía me considero una novata.

Y así, como tuercas dentadas, nos vamos enganchando a las de otras personas y convertimos a la vida en el grandioso y (re)conocido ciclo sin fin. Nada ni nadie para, todo sigue, e incluso, si una persona se marcha con todas sus piezas, el resto continúa sincronizando las suyas. Quizás por este motivo, cuando sentimos que no encajamos, es porque realmente no compartimos el mismo ritmo que los demás, porque ese no es nuestro sitio.


Así que, no pares de girar. Da igual las vueltas (que) de la vida.



domingo, 25 de octubre de 2020

Cuaderno de bitácora

Aquel día mis rodillas se clavaron en el suelo. Ya no soportaban más la carga, solo buscaban la estabilidad de una tierra firme; como el barco que entre la tormenta atisba el rayo de luz de un faro lejano y pone rumbo directo a puerto desconocido.

Alcé el rostro, empapado de agua salada; como el de ese marinero que coloca su última esperanza en la línea confusa que separa al mar del cielo.

Posé la mano sobre mi pecho izquierdo, yendo al encuentro del compás de un latido. El conocido 3x4 se había acelerado. Tempo presto para una sinfonía inacabada.

Y fue entonces cuando comencé a rezar, como lo hace un niño al pronunciar sus primeras palabras: sin entender bien lo que dice ni a quién o a qué se dirige, pero sintiéndose convencido de lo que quiere conseguir. Pedía por todos, por mí y por mis compañeros, y como un niño enfrascado en su etapa egocéntrica: por mí primero.

Llevaba demasiado tiempo siendo capitán sin brújula ni mapa, con la única guía que ofrece el brillo de las estrellas en la noche y el de la esperanza en el corazón.

Ese barco y ese timón no me pertenecían. Tampoco reconocía a la tripulación ni conseguía atar cabos con ella.
Los mensajes de S.O.S. no eran recibidos por nadie tras la radio. No se escuchaba respuesta alguna.



Definitivamente, estaba perdida.
Yo, que siempre me adelanto a los acontecimientos, que presumo de mágica intuición, que imagino en mi mente todo escenario posible con diálogo y guión, que me coloco en el peor de los casos para estar siempre preparada; siempre alerta.


Sí.
Yo estaba perdida.

P

jueves, 16 de julio de 2020

Hay algo que...

Ayer volví a escuchar a mi corazón. Esta vez no hablo de metáforas. Aunque, bueno, quizás un poco sí. Ya sabes que es mi manera de contar las cosas sin temor a que se me queden atrapadas entre los dedos y mis cuerdas vocales.
Ayer volví a escucharlo latir, habían pasado años desde la última vez que lo hice, tantos que ni lo recordaba.
Permití que, por un momento, alguien accediera a uno de los lugares más escondidos (y dañados) de mi ser. A pecho descubierto y corazón en mano, o al menos eso me hizo creer.
La mecánica era la misma: gráficos, una camilla, varios aparatos, pantallas, alcohol y algún que otro cable. Un experimentado doctor tratando de hacer cómoda la situación mientras me envía mensajes tranquilizadores a través de la reglamentaria mascarilla. –Qué injusto se ha vuelto esto de tener que adivinar las sonrisas.– Mientras, miro a mi madre, sentada en una esquina de la pequeña consulta y pendiente del monitor que se sitúa a mis espaldas. Trato de ver en el reflejo de sus ojos cómo está funcionando el motor de esta nueva adulta, de esta niña asustada, e intuyo en ellos una ligera calma que me permite cerrar mis ojos por un momento. Es en ese instante cuando un recuerdo se me viene a la mente: “el corazón no duele”. Es una de las pequeñas cosas que mi memoria ha retenido todos estos años desde mi última visita y que, desde entonces, ha tratado de recordármela a modo de mantra cuando acelero el paso y parezco no encontrar o no querer encontrar el freno.
Respira hondo. Mantén el aire. Vuelve a respirar normal. Inclina la cabeza. Vamos a ver cómo se escucha.
Y es entonces cuando sucede. Cuando llega la electricidad, el ruido, el r(es)u(r)gir de la sangre corriendo por mis venas, llegando a un corazón que parece querer hablar, gritar, decirme de una vez por todas que hay algo que... 



Hay algo por lo que deberías preocuparte, y no, no soy yo. Ruge, lucha, pelea. No te calles, no te rindas, por favor, no cedas. Sígueme. Saca los dientes, las garras, las fuerzas; tu luz. Se quien realmente eres. Reina de tu reino. Fuego. Incendio. Fiera. Leona.

lunes, 29 de junio de 2020

Tengo algo que contarte

La vida es como ese regalo de cumpleaños al que no sabes qué cara poner cuando lo tienes entre las manos mientras el resto te canta.
Como el mensaje del colega de turno diciendo "tengo algo que contarte" para, acto seguido, dejar de estar en línea.
Hace poco tiempo, mi tía, sabia por años y daños, me dijo que la vida tenía que soñarla y que los sueños había que vivirlos. Recuerdo sus palabras mientras pienso en lo mucho que ha aumentado en estos meses mi lista de cosas por hacer. Algo equiparable a una infinita lista de la compra cuyos artículos comienzan siempre con un 'ojalá' o un culpabilizador 'debería'.
Debería estar llegando a las tantas de vuelta a casa tras una fiesta digna de no poder ser recordada. Debería haberme graduado junto a muchos de mis compañeros y compañeras a los que seguramente no volveré a ver. Debería estar dejándome la voz en aquel festival, en aquel concierto que retumbaría en la cabeza y en el corazón durante todo el día siguiente. Debería estar disfrutando del sol en las amadas terracitas de verano. Debería estar cogiendo un autobús para ir de una vez por todas a ver a J. Debería estar intentando no atragantarme con la comida prometida mientras A no para de hacerme reír, como siempre. Debería ir escuchando la música que H pone en su coche para que esté aún más cómoda en el viaje hacia donde sea que vayamos esta vez. Debería estar abrazando a F en el cine mientras le digo por fin que en verdad sí que le echo de menos cuando se va y no sé cuándo le volveré a ver. Debería estar diciéndole a V que entiendo todas sus movidas y a C que gracias por estar y acallar mis miedos cuando más lo necesitaba. Debería estar celebrando con M su nuevo año y nuestro  necesario reencuentro. Debería hacer que S vuelva a sentirse una modelo frente a mi cámara. Debería estar disfrutando de poder pasar más tiempo libre con mi familia. Debería estar dando besos y abrazos, riendo, sonriendo, marcando pasos firmes y seguros hacia un futuro que se abre camino tras una empinada cuesta. Debería ser feliz.
Debería.
Ahora entiendo lo feo que suena repetirse constantemente a una misma ese pesado condicional. Porque a la vida no hay que añadirle más condiciones. Ella sola sabe muy, pero que muy bien, cuándo colocarlas donde menos te lo esperabas. Porque la vida no puede ser un continuo ojalá. Es, ese regalo de cumpleaños al que no sabes qué cara ponerle hasta que por fin descubres cuál es su utilidad.
Y de repente suena el teléfono y al otro lado de la línea escuchas la voz de tu colega: oye, tengo algo que contarte...




lunes, 17 de diciembre de 2018

Sensaciones propioceptivas

Han pasado muchos años desde la última vez. Muchos. No soy capaz de recordar cuándo fue. No me acuerdo tampoco del cómo. Pertenece a esa parte de mi pasado que quiero olvidar. Esos tiempos oscuros a los que trato de no volver a encenderles la luz. Pero lo he hecho. Lo he vuelto a hacer. Ha sido distinto, no era voluntario, no fue predeterminado. Simplemente sucedió. En el fondo lo deseaba. Sé que llevaba un tiempo buscándolo, perdida, pero sabiendo que lograría encontrarme.
Empezó siendo un juego, divertido, sin mayor importancia. Cuando has sido la pequeña de la casa te acostumbras a que no se te tenga en cuenta, a que muchas cosas las pasen por alto. Todos piensan que te están cuidando, alejándote de la realidad, no dejándote ver los monstruos a los que un día tendrás que enfrentarte sola. Porque lo estarás, por mucho que te prometan que ellos no se irán. Mienten. Todo el mundo lo hace.
Me apoyé en la puerta del baño. Esta vez estaba abierta. No tenía que guardar silencio para que mi hermana no se enterase de que estaba allí. Esperando de nuevo ese dichoso sonido. Asfixiante y liberador a partes iguales. Tenía que aguantar la respiración, aunque esto no me resultaba muy difícil. Aquellas situaciones eran capaces de dejarme inmóvil.
Pero esta vez no. Ahora el ruido me pertenecía a mí. El llanto era solo mío. El reflejo del espejo emborronaba mi figura. Yo era la persona a la que, después de tantos intentos, trataba de escuchar. Y no quise callarme de nuevo.
Cada arcada era un recuerdo tratando de salir por mi garganta. Todos esos gritos que nadie, ni yo misma, me había permitido sacar de dentro. Sentada en el suelo y agarrada al inodoro, parecía querer enviar por el desagüe todo lo que había ensuciado mi estómago y mi mente.
Estaba asustada. Como lo estuve entonces, como lo he estado todo este tiempo. Hay miedos que te acompañan para siempre sin tu permiso. Te hacen temblar cuando te los encuentras de cara. Cuando te acuestas en tu cama sin saber si al día siguiente te despertarás sola en casa. O al escuchar a tu madre llorar. O con el sonido de un golpe, de una sirena, de un portazo o de una llamada del hospital o de la comisaría.
Volví a la cama pasado un buen rato, sabiendo que las cosas no acabarían aunque no me acordase de nada cuando abriese los ojos de nuevo. Igual que lo supe la noche en la que comenzó todo. Seguí llorando, tratando de no marearme aún más con cada vuelta.
Me sentía vacía. Lo único que me llenaba era el dolor. No sé si del recuerdo o simplemente de los estragos del alcohol. Hace tiempo que no puedo sentir. No me lo permito porque no quiero volver a sufrir de aquella forma. No soy creyente, pero estoy segura de que fue un infierno. Ese fuego y ese calor redujo todo a cenizas. Derrumbó los cimientos de una familia que no sabía lo que era separarse. Cortó lazos y destruyó vidas.
Ahora me tiño el pelo del mismo rojo de aquel incendio. Siempre me han gustado las metáforas, aunque creo que esto es más bien un acto de rebeldía. Sí, todos somos culpables. También me quedo callada. No es por seguir dándoles el gusto de no tener que escuchar mi versión, la que a mí me duele, sino porque pienso que no merecen saber más allá de lo que ven en lo que se convirtió mi vida.


sábado, 23 de junio de 2018

Pasen y vean.

¿A caso es esto la vida? Una continua lucha entre el querer y el poder. Un perder lo que quieres, un ganar lo que puedes. Una decepción constante.
¿Es esto la vida? Sacarse los ojos, antes de que lo hagan otros cuervos. Apretar los dientes. Cerrar la boca por miedo a que las moscas se alimenten de lo podridos que llegamos a estar a veces por dentro.
Dime, ¿es esto vida? Mares y campos regados con las lágrimas de quienes tratan de huir sin saber a dónde van, sin saber tan siquiera si llegarán. Muertes tan injustas como inesperadas. Cunetas llenas. Carreteras negras que blanquean y justifican desgastes de fondos. Calles atestadas de personas que se han cansado de sentirse juguete de otros que no quieren jugar, sino hacer daño. Abusos. Corrupción. Desigualdad. Bolsillos sucios, manos limpias y guantes de mago con los que seguir haciendo trucos. -A ver cuándo entienden de una vez que ya no creemos en la magia.- Un gobierno que no gobierna. Medios de comunicación que no comunican. Sistemas educativos que no educan. Una sanidad que no cura. Estúpidos cánones de belleza. Cuerpos no normativos. Sistemas que debieron quedarse atrás hace ya mucho tiempo. Tradiciones impuestas.
¿Qué es esto? Conversaciones vacías, copas llenas de más, celebraciones de menos, corazones rotos, más recuerdos que experiencias y un constante ojalá. -¿Ilusión? No sé de qué me hablas.- Mentiras, (des)engaños, sonrisas fingidas y nudos de garganta que no dejan decir la verdad. -Verdad. Cómo si alguna vez la hubiésemos podido conocer.- Voces, temblores, golpes y arañazos. -¿Cómo vamos a querer a los demás, si no sabemos querernos a nosotros mismos?- Una sabe que las cosas no marchan bien cuando se necesitan más charlas motivacionales y abrazos que agua en mitad del desierto. Sequía. Al amor, como a las plantas, hay que regarlo si se quiere ver crecer.
Señoras y señores, pasen y vean. Este es el circo que hemos creado. Disfruten, mientras puedan, del poco pan que nos queda.



martes, 20 de marzo de 2018

¿?

¿Oyes eso?
Son los cánticos de victoria de una época mucho menos oscura que esta.
¿Lo añoras?
Nunca creí que se podía echar de menos con tanto dolor.
¿Qué pasó?
Supongo que, como dicen por ahí, era demasiado bueno para ser cierto y ... (limpia la última lágrima que ha caído por su mejilla) se acabó.
¿Quién le puso fin?
Yo. La única culpable en esta historia he sido yo.
¿Por qué?
No sabía lo que tenía entre manos. Era la bomba, y explotó. Ahora está todo perdido.
¿No quedan esperanzas?
Debían ser lo último que me faltaba por perder.
¿Quién ha ganado?
El miedo. Él siempre gana, nunca participa.
¿Qué temes?
Que las segundas partes nunca sean buenas.
¿Volverías?
Creo que nunca me fui del todo.
¿Qué traerías de vuelta?
A mí. Ahora no sé quién soy.
¿Te reconocerías?
Lloraría al verme.
¿Qué ves?
Demasiado pasado en un presente que no tiene pinta de tener un futuro.
¿Qué hiciste? ¿Qué haces? ¿Qué harás?
      
      No             lo             sé.